Querida Mildred
Te voy a contar una historia. La historia de una hermosa joven, que con mucha ilusión soñaba con trabajar de empleada en la cocina de un hotel.
Se imaginaba a sí misma encantada con su en el hotel; yendo cada día con muchísima ilusión... Todo le iría bien, allí, en casa, con su novio,... Aprendiendo muchas cosas y llevando cada día una nueva receta a casa para regocijo de toda su familia.
Pero he aquí, que aquella jovencita, encontró el trabajo que quería. En el hotel más lujoso de una de las Islas Canarias. Era una gran oportunidad y como el novio también era camarero y estaba en ese momento en paro, se mudaron los dos a vivir juntos y a trabajar.
Cada día, nuestra protagonista se sentía feliz con su trabajo, pero sin embargo, su pena comenzaba de noche, cuando se cerraba la cocina y tenía que tirar enormes cantidades de comida que tenían prohibido llevar a casa o repartir entre los pobres.
-No somos la beneficencia, señorita - le dijo en cierta ocasión su jefe. - Ocúpese de sus asuntos.
Así que cada noche corcomida por el cargo de conciencia, la preciosa jovencita, se sentaba y engullía todo lo que podía por que se sentía mal tirando tanta comida.
Sí, Mildred. La jovencita tardó menos de un año en duplicar su peso... Su obsesión se convirtió en enfermedad y minó su relacción hasta perderla definitivamente.
Te voy a contar una historia. La historia de una hermosa joven, que con mucha ilusión soñaba con trabajar de empleada en la cocina de un hotel.
Se imaginaba a sí misma encantada con su en el hotel; yendo cada día con muchísima ilusión... Todo le iría bien, allí, en casa, con su novio,... Aprendiendo muchas cosas y llevando cada día una nueva receta a casa para regocijo de toda su familia.
Pero he aquí, que aquella jovencita, encontró el trabajo que quería. En el hotel más lujoso de una de las Islas Canarias. Era una gran oportunidad y como el novio también era camarero y estaba en ese momento en paro, se mudaron los dos a vivir juntos y a trabajar.
Cada día, nuestra protagonista se sentía feliz con su trabajo, pero sin embargo, su pena comenzaba de noche, cuando se cerraba la cocina y tenía que tirar enormes cantidades de comida que tenían prohibido llevar a casa o repartir entre los pobres.
-No somos la beneficencia, señorita - le dijo en cierta ocasión su jefe. - Ocúpese de sus asuntos.
Así que cada noche corcomida por el cargo de conciencia, la preciosa jovencita, se sentaba y engullía todo lo que podía por que se sentía mal tirando tanta comida.
Sí, Mildred. La jovencita tardó menos de un año en duplicar su peso... Su obsesión se convirtió en enfermedad y minó su relacción hasta perderla definitivamente.
Supongo Mildred que se equivocó con los métodos. Que no supo canalizar su frustración ante la injusticia...
Supongo que no será más feliz que antes... pero coño, Mildred, la tía tenia conciencia.
Esta historia es real... me la contaron hace un par de años... y la chica tenía nombre y apellido.
Me pregunto, Mildred:
¿Seríamos más felices sin conciencia?
Últimamente siento que tengo una conciencia demasiado escrupulosa para algunas cosas... y no se si terminaré voviendome cuerdo y que todo me resbale...
prefiero seguir loco y con conciencia.
Pero duele...
...mucho
... demasiado
1 comentario:
Es lamentable lo que hacen en muchos sitios con la comida... No entiendo porque prefieren tirarla a repartirla, no me cabe en la cabeza.
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